Quizás yo no parecía una pintora, pero algo debí de parecerle cuando acabamos en su casa a las tantas de la madrugada…
Y así empezó lo nuestro.
A la mañana siguiente, acudimos juntos a la facultad y, poco a poco, nos dimos cuenta de que no podíamos despegarnos el uno del otro.
Los contactos de Rodrigo me permitieron exponer uno de mis cuadros por primera vez. Una mujer, de espaldas, giraba su cabeza para mirar al espectador en una playa luminosa con un horizonte diáfano. Gustó mucho a algunos críticos que lo calificaron como «original y con una gran perspectiva». Así que yo estaba muy contenta y, no paraba de soñar con el siguiente viaje, la siguiente visita, el siguiente vuelo a una ciudad de leyenda de Europa, o al MOMA de Nueva York. Me sentía enamorada y llena de ilusiones. No creía que aquello pudiera estar sucediéndome a mí. El éxito y el amor iniciaban mi andadura universitaria.