Un crimen abominable puso fin a mis días.
Un recelo, una envidia prendió la llama que incitó al ignorante.
Una llama, un espíritu llegó a viajar, volvió a su lugar.
Y en el mundo de las sombras me evocan.
Como mártir, como santa, como virgen divina.
Como libre, como bella, como flor eterna de Alejandría, la Catalina santa de esta ciudad.
En el pasado, mi amado Plotino, el que mostró el eterno reino del alma, la religión verdadera de la que ya hablaba Platón, la causa incausada de mi amado Aristóteles. Sabios que ya están en San Agustín, que vivió mi tiempo; en Santo Tomás, cristiano entre cristianos, y en tantas almas que enseñan lo que es verdadero, más allá del tiempo, y más allá del lugar.
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